2006/07/05

Encuentro


Vivo a mil, con mil cosas en la cabeza: el trabajo, la familia; ¿terminaré el libro que estoy leyendo? (no tengo tiempo); el trabajo espiritual, limpiar mis cristales; comprar lo que hace falta en casa; ¿qué pasó con mi romance telefónico de los últimos días?; ¿y los sueños mojados que tuve anoche? (pecaminosos en absoluto, por suerte); ¿qué día me decidiré a darme un día libre? ¿y la creatividad?¿por qué no junto a mis seres queridos en una comunidad y vivimos todos felices?; ¿por qué a ó b?; todavía tengo que adelgazar 3 kilos; quiero viajar; extraño a mi hermana; mi ex se casa el sábado; la ex de un ex se casa el sábado (qué casualidad, y no nos vamos a emborrachar juntos); quiero cerrar círculos; mañana hay un evento; el cliente dijo que no, o dijo que sí; las añoranzas, las melancolías; las letras de canciones dando vueltas en mi mente; lo platónico se volverá o no real; quiero tomar fotos, muchas; ¿cómo me escapo de acá?; o mejor me quedo; me pintaré el pelo de azul, pero no mañana; quiero ir a Hawaii con el dueño de las alas; Cecilia se va en octubre; mis padres están envejeciendo muy rápido...

Y si me pongo a citar las otras cosas que andan rondando la pajarera, me mareo, me desmayo y no podría escribir ni una palabra más, pues mi cerebro explotaría en millones de partículas. Lo bueno es que quedaría el silencio absoluto.

Decido parar un rato la mano. Y me aterriza el encuentro con una maravillosa niña, que revive a esa mi niña interior, que estaba guardada en la caja china, bien arropada, cuidada, protegida. Pero no salía hace tiempo.

La adulta se había impuesto sin casi sentirlo, dejando atrás esas cosas pequeñas de las que nos alegramos los niños: un dulce, un regalo cualquiera, la sonrisa de la madre. Una caricia. Jugar con muñecas, los cuentos de hadas, las travesuras, las preguntas.

Mi niña y yo nos sentamos a comer algo y a conversar. Ojo que ella es de carne y hueso. No dejo de asombrarme cada vez que nos vemos, pues me traslada hasta mi infancia y todo, por un instante que se hace inmenso, se tiñe de muchos colores y se adorna con chispas, picardía, sonrisas y carcajadas.

Entonces, me bajo de mis 1.65 metros. Vuelvo a medir 1.50; tengo el pelo recogido en una cola de caballo, con el flequillo y todo; soy rellena, cachetona y feliz. Me interesan los cuentos de hadas, las muñecas, los juegos con mis amigas. Y estoy llena de preguntas maravillosas, igual que hoy, pero en otro tono.

Esta niña me cuenta de todo. Me da sus impresiones sobre la amistad, la familia, la vida. Me pone ejemplos, me dice cosas importantísimas que no supe leer a su edad. Por ejemplo, que hay preguntas que le puede hacer un ángel a un niño, porque los ángeles no huelen, no tienen cejas, ni ojos y quieren saber lo que se siente cuando se tiene frío, o calor. O qué pasa cuando uno recuerda u olvida algo. O, mejor todavía, que no tiene sentido estar buscando enloquecidas la vida en pareja, que eso llega en su momento.

Me cuenta que toma flores de Bach, para la impaciencia, para el miedo, igual que yo. Cree en la energía, igual que yo.

Le cuento que lo que le pasa con sus amigas, pasa siempre. Nos pasa a todos, y ella se siente contenida; con claridad absoluta reconoce que somos seres humanos y que no podemos etiquetar a nadie, y menos juzgar.

Me saca de la rutina, de los momentos nubosos en los que estaba en este día de julio, triste.

Me devuelve la alegría de saberme niña, de entender que más allá de la mujer está ella, mi niña interior, con su capacidad de dar y recibir; con esa picardía particular, con esa capacidad de arrancar sonrisas son sólo una pregunta o un gesto de complicidad.

Fluye en el aire, mientras conversamos, una luz muy blanca, que nos envuelve y nos empatiza y nos sitúa en una perfecta sincronicidad que me cuesta encontrar con mis pares.

Tengo la enorme bendición de poder verla y escucharla, vivenciarla y aprender más de ella.

Me cuesta describir esto que siento, pues resulta extraño, no me había pasado nunca hasta conocerla.

Somos espejos, una de la otra: ella es yo cuando tenía su edad; y yo soy ella cuando crezca. Yo la miro y recuerdo; ella me mira y proyecta.

Gracias a ese ángel que te puso en mi camino, Camila.

5 comments:

La gata que no esta triste y azul said...

:-) Volver a ver el mundo con los ojos de un niño

Ambarviolenta said...
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Cecilia Aguirre said...

Yo también digo todos los días: doy gracias a ese ángel inmenso que te puso en mi camino querida Cami, una hermana maravillosa con quien quiero seguir viajando por un mundo de conquistas internas y a veces idealista.

Cuando dices que me voy en octubre, no es cierto: a veces siento que me fui hace mucho.

Nenita, creo que las dos nos fuimos hace mucho en búsqueda de ese camino que aún vemos con los ojos de un niño.

Cecilia Aguirre said...

Yo también digo todos los días: doy gracias a ese ángel inmenso que te puso en mi camino querida Cami, una hermana maravillosa con quien quiero seguir viajando por un mundo de conquistas internas y a veces idealistas.

Cuando dices que me voy en octubre, no es cierto: a veces siento que me fui hace mucho.

Nenita, creo que las dos nos fuimos hace mucho en búsqueda de ese camino que aún vemos con los ojos de un niño.

Vania B. said...

Muchas veces una necesita sentirse niña de nuevo, descargar todo el peso que hay en los hombros y simplemente disfrutar de lo simple y hermosa que puede ser la vida si la vemos con ojos infantiles.

Un abrazo Camila.