Sentados en aquel vagón de tren con los ojos bien abiertos a tantas sorpresas,iban los tres, casi montados el uno encima del otro, hablando el mismo idioma que yo entiendo pero a veces me da pereza hablar.
Ella, delgada, el rostro lleno de aretes; los brazos tatuados con garabatos sin chiste. Ambas orejas perforadas y deformadas a su gusto, dejando ver el otro lado del paisaje interno y violento de aquel espacio que se mueve demasiado rápido y que hace que el tiempo no me alcance para terminar de observarlos. A pesar de la segura intención de hacerse fea, ella goza de una belleza tan delicada y sutil, que ya no interesa nada, sólo mirarla.
El chico del medio, enorme, podría ser guapo pero también tiene la cara llena de aretes, una escueta barba y algún que otro rasguño. Lleva anteojos y ambas orejas también agujereadas. Por lo que demuestra, sólo le interesa la charla acerca de mensajes de texto.
El muchacho de la derecha, demasiado rubio, ojos claros y profundos, la piel delicada como la de un bebé,se ve tan enamorado del chico del medio que da pena porque ese otro ama a la chica, profundamente y se nota. Y ella, únicamente ama a la serpiente que lleva como mascota, enroscada en su muñeca izquierda.
El conductor anuncia que el tren no avanzará más allá de esta parada, que debemos esperar. Ppor lo menos bren las puertas y todos seguimos sentados esperando que la marcha continúe pronto.
Los tres personajes de hoy no mueven ni un pelo con el anuncio, sólo se quedan como en una fotografía mirando cada uno al que le interesa y tocando lo que quieren tocar del otro/los otros.
Sin más remedio me paro y salgo corriendo del vagón, para alcanzar el otro tren que me regresa a la relativa normalidad de la vida de los suburbios.
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