De dónde sales, entre las brumas de esta ciudad confundida entre el olor de los escapes y la bulla de las bocinas.
Es de noche. Cuando te veo siempre es de noche. La misma nota en el pentagrama y en el piano, una vez, otra vez.
Tu voz me rescata del aturdimiento y me zambulles en nuevos misterios, en el espacio que quedó sin habitar hace ya tanto y que hoy volvemos a ocupar, así, de esta manera tan casual.
El olor del frío me hace pensar en tantos vinos y el amanecer. ¿Somos los mismos acaso? ¿O hemos regresado de algún viaje largo y ya casi nada nos parece real si nos miramos?
Me subo en un par de zancos y desde allí contemplo ese horizonte anaranjado a esta hora del día, esta en la que sigo sin dormir y ya no importa nada y te traigo de regreso, y te desenvuelvo el corazón de ese celofán tan frío y punzante. Te sientas a mi lado y tus ojos se encuentran con los míos. No puedo evitar tocarte y querer conjurar algún hechizo que nos deje guardados detrás de estos velos, solos, lejos de la curiosidad y la insistencia de los estados prohibidos de indecisión y dudas.
Hoy quisiera tener el mismo miedo de antes, no querer lanzarme de este edificio, detener mis pasos y bucear en la culpa si te beso. No hay sino una escafandra a mi alcance y un mar ansioso que me espera.
“No te muevas, quiero conservar este instante así…”
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