Estos son días para aterrizar. Extraños, ajenos y propios. El planeo en descenso hacia la tierra se inicia en este mes de mayo, otra vez en la ciudad de la furia, caminando las calles de Buenos Aires, sola, en medio del ruido de bocinas y autos, de voces desconocidas; en el total y más agradable anonimato.
Abril, como siempre especial; estuvo lleno de matices y sorpresas.
El encanto de lo inesperado, de eso que ni te imaginas y de pronto en un abrir y cerrar de ojos, un sueño oculto, profundo y muy tuyo se hace realidad. Como diría Fito, "Dios santo, qué bello abril".
Y marzo, iniciando el otoño, me llevó a cumplir otros sueños intensos, a conocer lugares remotos, personas maravillosas. A reencuentros rodeados de una luz violeta e incandescente.
Dejarse caer a veces es bueno, sumergirse en el más hondo deseo de muerte y volver luego a la vida, con nuevas alas, con la memoria intacta, con los recuerdos archivados en cajitas de colores; con la alegría de la complicidad con los amigos de siempre.
Me siento como un guerrero después de una batalla. Satisfecha por haber ganado ciertos espacios, recuperado territorios; me siento con otra piel, viendo el entorno a través de un entretenido caleidoscopio.
Cómo extrañé este espacio... Me hace bien escribir, exorcisar mis oscuridades y mostrar mis luces; vaciarme las venas de tanto que recorre por ellas y esperar que se vuelvan a llenar de sangre nueva.