2007/09/27

Mi "bestia" favorita



Una noche más, un día menos… Siempre recuerdo esta frase. La siento y la vivo. Y al hacerlo es inevitable pensar en Gonzalo.

Gonzalo Gómez. Treinta y pocos o muchos. Ya no me acuerdo. Abajo del escenario es uno, un hombre que labura; esposo y papá. Cocina también. Un locro de invierno (con maíz), delicioso. Los pollitos a la parrilla, ni qué decir.

Igual que otros mortales, se chupa la madre, caga de risa, conversa. Vive y siente. Digamos que su manera de sentir el mundo y de vivirlo y experimentarlo es lo que, ante mí, lo hace distinto.

Una capacidad suya: contar historias. La cualidad, una enorme capacidad de contención y soporte emocional (muy a su estilo concreto y al grano, sin medias tintas). Un amigo de verdad. Por lo menos para mí.

Un poco desmemoriado a veces: Can, dónde estás, hay grabación. Y él: mamita, no me dijiste. Y yo le había dicho, juro.

Su otra faceta: Gonzalo el músico. Esta es la que me apasiona y me deja boquiabierta cada vez que lo veo tocar esa guitarra suya, que siento tiene vida.

Al escenario sube el hombre y en dos segundos se transforma, tras el primer acorde. Él, delgado, con los pantalones ajustados, la remera ajustada, la bandana, los botines que se ven tan grandes como tractores… Es un personaje total. Los ojos le brillan, sonríe, gesticula, mueve la pierna derecha, juega con la guitarra. La sube y la baja. Recorre ese cuerpo de cuerdas con una habilidad incomparable. Y de rato en rato, toma el cigarrillo que acomoda entre las cuerdas y se envuelve en una bocanada de humo. Más misterio, más encanto.

Me había preguntado mil veces: ¿qué sentirá este hombre cuando toca? La respuesta llegó una noche en el Equinoccio. Después de mucho sentir, pude acercarme un poco a una respuesta posible. Vibra; de su corazón salen chispas. Es electricidad intensa. Se generan estallidos, como olas en un malecón. La electricidad se vuelve fuego y ya él y ella son uno, fundidos, y no sé quién entra en quién.

La guitarra cobra vida, susurra, gime, calla, ríe a carcajadas, se come cualquier silencio, cualquier ausencia, cualquier comentario del típico yuca que está charlando y no escucha nada.

Él, metido en su mundo, en los acordes y las notas, en las palabras que canta, en las historias que cuenta. Sólo pienso “es una bestia”. En el buen sentido, claro. De sus dedos sale luz, energía. Transmite un sentimiento de poder inmenso, y me dan ganas de gritar, porque me hace sentir tan viva.

No llego a comprender en qué momento deja de ser un hombre tocando una guitarra. Todo se fusiona y ya no distingo manos de dedos o cuerdas. En ese instante me absorbe una intensa vibración. No logro describir con palabras lo que es. Se me revuelve el corazón, se me anuda la garganta.

Termina de tocar haciendo siempre vibrar una cuerda, y mi día ha cambiado en algo. Él no sabe lo que puede provocar. No hemos hablado de eso todavía.

¿Qué se apodera de él, quién lo ocupa cuando toca?¿ Quién se adueña de su cuerpo?¿O es su corazón el que mueve todo ese sentimiento?¿Es pasión o entrega?¿Gusto por lo que hace o certeza?

Las respuestas están esperando por ahí, para la siguiente oportunidad de conversar con él, ojalá que al calor de varias chelas.

FOTO: Cortesía de Rodrigo Quiroga (Junior, Humito, The Ju...)

2007/09/20

Un día más

Lunes por la mañana:
la piel que recubre el mundo es más dura,
las sábanas pesan, no en vano.

Abro los ojos,
mi cuerpo se hace liviano,
retorno a la conciencia del mundo real,
de este micro universo
desde donde pronuncio tu nombre,
hoy un mantra.

Llueve,
y una nueva duda:

¿hasta cuándo?