La noche no deja de estar. En mis huesos, en la apariencia de mi piel y sobre todo en las ojeras, ya grises. El insomnio puede ser cómplice. A la vez, ese indeseable compañero de cuarto, con quien no queda más que convivir. Al igual que con los libros y los discos. En esta habitación se arma a diario un escenario distinto. A veces todo es tranquilo, suave, las horas pasan de manera agradable. Y otras, el tiempo se detiene en el reloj de pared, y el tic tac se hace insoportable, retumba en los nervios y me deja en el piso.
Imposibilidad de dormir. Imposibilidad de encontrar paz, de dejar la mente en calma y vaciar las angustias existenciales en el cajón. En medio de la necesidad de descansar y no poder, ahí visitan las musas. Es extraño, pues, la mayoría de las veces, las imagino como damas sutiles y livianas. Hoy no. Hoy, vienen vestidas de rockeras dark, de personajes góticos y se instalan en la sala, con sus interminables cigarrillos y sus voces ásperas. De ahí la necesidad de tomar la libretita de notas y escribir. Escribir toda la noche, dejar que las palabras se cuelen en mis dedos y en mis ojos. Dejarlas salir, gritarlas... Buen proceso, productivo, intenso.
Una noche más y no sé qué va a pasar. Tal vez deje de producir, tal vez ya no consiga mantener la coherencia. Puede que se acabe la botella nueva, puede que...