2007/10/18

Spleen o mi versión afrancesada del ch’aqui

En Francés, spleen representa el estado de tristeza pensativa o melancolía; fue popularizado por el poeta Charles-Pierre Baudelaire (1821-1867).

Similar a la tristeza, aunque este estado es más profundo. Se produce en capas del alma, por lo que deja de ser sólo un sentimiento o un trance psicológico.

Aparece después de noches de intoxicación, ya sea de drogas, sexo o alcohol. También tras la saturación que nace del bullicio ensordecedor del seseo de las voces que hablan en secreto.

Sucede en medio de una reflexión profunda e inmediata; se instala en la cabeza justo cuando te das cuenta de que te han secuestrado (despiertas en un sillón que no te es para nada familiar); o que tu hogar se ha convertido en “casa tomada” por mentes y cuerpos alcoholizados.

Ahí, el spleen punza, fuerte y sin piedad y llega hasta el pecho, te deja un segundo sin respirar y se acomoda entre las costillas para atormentarte días de días, mientras te hace recuerdo que por ahí eres una imbécil por andar bebiendo o fumando así. O te pones a pensar en que hubiera sido mejor si es que te hacías a la de la vista gorda y dejabas quieto el último ron que te tomaste.

Además, viene acompañado de otras cosas: extrañitis aguda, ganas de que te mimen. Necesidad de un abrazo interminable. Deseo profundo de hablar o ver a otra persona (pero te sientes tan mal, que mejor no). O, te llena de emocionalidades extrañas y melancolías que no conocías.

Te hunde en algún libro, o en una nueva botella, jale o porro. Te quiebra en mil pedazos y después cuesta muchísimo volver a construirte. Y hay que buscar los pedazos, como quien busca la ropa que quedó desparramada por ahí en tu casa.

Después de dos días y medio, absolutamente sórdidos, tu alma regresa a ocuparte, suavemente, luego de haber estado en algún paraje más sano que tu cuerpo.

A partir de entonces, todo recobra sentido. Te da hambre otra vez, de cosas sanas, de fruta; y sed de agua. Nace nuevamente la promesa de no chupar nunca más, te acomodas la moral (si es que se desacomodó) y sigues hasta la próxima vez que se te abre la tripa o que te secuestran “a tus espaldas”.

2007/10/04

Un poco de locura...

El Gato sonrió al ver a Alicia.

Parecía tener buen carácter, consideró Alicia; pero también tenía unas uñas muy largas y un gran número de dientes, de forma que pensó que convendría tratarlo con el debido respeto.

- Minino de Cheshire-, empezó algo tímidamente, pues no estaba del todo segura de que le fuera a gustar el cariñoso tratamiento; pero el Gato siguió sonriendo más y más.
-Vaya! Perece que le va gustando-, pensó Alicia, y continuó: -¿me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?
- Eso depende de a dónde quieras llegar-, contestó el Gato.
- A mí no me importa demasiado a dónde…, empezó Alicia a explicar.
- En ese caso, da igual hacia dónde vayas-, interrumpió el Gato.
-…siempre que llegue a alguna parte-, terminó Alicia a modo de explicación.
- Oh! Siempre llegarás a alguna parte-, dijo el Gato, -si caminas lo bastante-.
A Alicia le pareció que esto era innegable, de forma que intentó preguntarle algo más: ¿qué clase de gente vive por esos parajes?.
- Por ahí-, contestó el Gato volviendo una pata hacia su derecha, -vive un sombrerero; y por allá-, continuó volviendo la otra pata, -vive una liebre de marzo. Visita al que te plazca. Ambos están igual de locos-.
- Pero es que a mí no me gusta estar entre locos-, observó Alicia.
- Eso sí que no lo puedes evitar-, repuso el Gato; -todos estamos locos por aquí. Yo estoy loco; tú también lo estás-.
- ¿Y cómo sabes tú si yo estoy loca?-, le preguntó Alicia.
- Has de estarlo a la fuerza-, le contestó el Gato; - de lo contrario, no habrías venido aquí-.

(Texto tomado de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll)